El eco-feminismo es el diálogo entre el feminismo y la ecología; dos filosofías del cuidado. Como forma de vida, nos sitúa en el esfuerzo de hombres y mujeres para relacionarnos en igualdad de derechos y oportunidades, en el respeto profundo a nuestras diferencias y en solidaridad con el universo y sus leyes, con La Tierra y todos los seres que la pueblan.
Eso implica un corte transversal de igualdad básica en todos los sentidos, sin que las diferencias particulares -deseables, reales y coloristas- puedan significar poder de unos sobre otros. En su esencia, el eco-feminismo supone el reconocimiento básico de que el universo no nos pertenece sino que somos parte del él; que la Tierra no es nuestra, sino nuestra casa, para cuidarla, protegerla y sostenerla en salud y bienestar para todos sus habitantes presentes y futuros. En sus aspectos humanos, políticos, económicos, sociales, culturales e históricos, el eco-feminismo nos conduce directamente al establecimiento de redes solidarias para la protección de los recursos y bienes limitados que existen, para el cuidado de los cuerpos a lo largo de la vida, para la interconexión dialogada de todos los seres de la tierra entre sí, en la aceptación gozosa de las leyes de la naturaleza, sus ciclos, sus necesidades. El eco-feminismo propone una mirada amable a todo lo que existe y la posibilidad real de compartirlo entre todos.
El eco-feminismo establece relaciones no jerárquicas, sino de corte nodal, en red, con todos los seres que existen, en el profundo respeto al espacio que cada uno ocupa por el solo hecho de existir, sabiendo que lo que hacemos en cada momento, tanto en la vida privada como pública, influye en la totalidad de la red pues sus energías se construyen, se extienden, se tocan, se interconectan y cualquier actuación que hagamos sobre este mundo vulnerable y en delicado equilibrio puede afectar al equilibrio del conjunto, cambiando de forma imprevisible la realidad y todas sus implicaciones.
La teoría eco-feminista puede entenderse de forma sustancial o constructivista. Sugiero que también puede entenderse de forma mixta.
El eco-feminismo sustancial propone que, como la mujer tiene en su sustancia (su naturaleza) la tendencia al cuidado de la vida, está más preparada que el varón para cuidarla. Eso implicaría reconocer una incapacidad masculina para el cuidado en la que personalmente no creo. Yo sé que algunas mujeres, situadas en espacios piramidales de poder, no son cuidadoras y veo que algunos varones son muy capaces de ternura, de cuidar y de proteger por su propia naturaleza.
El eco-feminismo constructivista propone que es la cultura y la socialización lo que ha puesto a la mujer en el papel de cuidadora y que, como construcción social, puede ser concebida y realizada de otro modo, no piramidal, sino solidariamente en espacios de diálogo y pacto social. Los aspectos constructivistas también se refieren a la realidad de un diálogo socio-cultural e histórico que puede cambiar y de hecho cambia las cosas.
Mi propuesta de eco-feminismo mixto abarca el reconocimiento de que los aspectos culturales de la concepción de roles de cuidado están basados en realidades biológicas (engendrar, gestar, parir, nutrir) pero no son exclusivos de las mujeres y pueden y deben ser compartidos. Como ejemplo básico me remito a la especialización de las células en la formación de los seres vivos, que se realiza en un diálogo solidario dentro del propio sistema para la mejor adaptación -de cada individuo, la especie y el conjunto de las especies- a su entorno y no como creía Darwin en lucha, sino en solidaridad (pero Darwin procedía de -y hablaba para- una sociedad patriarcal que solo podía concebir el mundo como una guerra. Desgraciadamente, hemos copiado durante siglos ese paradigma piramidal, donde solo el más fuerte logra la victoria y el nicho de la vida; paradigma que, derivado de la concepción de que el hombre es el centro y la lucha por la supervivencia marca la existencia, ha condicionado la ciencia, la política, la religión, la sociedad, la literatura, la cultura, el cine, el abuso de los recursos, la economía del mercado, la explotación de todo cuanto existe por parte de la facción más fuerte, en detrimento de la mayoría).
Resumiendo, en todos los aspectos de lo humano, ser eco-feminista significa reconocer el derecho y el deber de dialogar con el universo, con la Tierra, con los seres que la pueblan y con todas las personas que la habitamos; requiere hablar y pactar para bien de todos -y con urgencia porque la Tierra sufre y los seres también-; señala el uso respetuoso de los recursos finitos, limitados y concretos que existen, desde la capa de ozono o el aire, al agua o el cambio climático, a los productos mineros esenciales para las nuevas tecnologías, el reparto de riqueza, la propiedad privada, la fabricación de armas, la investigación, la cultura, así como todos los aspectos de la vida. Ser eco-feminista requiere repartir los bienes solidariamente; implica tomar decisiones sobre lo que se produce, para qué y cómo; significa establecer espacios políticos, sociales y culturales de solidaridad y protección.
En definitiva, es preciso desmontar el patriarcado, declararlo obsoleto y dañino, deshacer las pirámides de poder y establecer medidas nodales, en red, equitativas para los sistemas económicos, dejar de explotar, terminar con todas las guerras, con la trata de personas, la prostitución, las centrales nucleares, y todas las desigualdades de género, raza, clase, religión etc. y trabajar con energías limpias, con una economía del compartir solidario (frente al abuso y el acaparamiento), con sentido de libertad y alegría, con bases de respeto.
Dicho de modo sencillo, ser eco-feminista trata de que las personas nos pongamos a trabajar juntas por la paz en lo privado y en lo público, realicemos un ejercicio de sana libertad, y vivamos en la alegría y la solidaridad universales.
Si esto es utopía, y seguro que lo es, le pido a su estrella que guíe nuestro camino.
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