Salgo al mundo, a cara descubierta,
y choco en las esquinas con la vida.
Lunas, risas, soles, contenida,
me atrapa la carcoma de la oferta.
Es el miedo. Se esconde. Me persigue:
es azul, negro, aburrido.
Es un miedo a muchas cosas
que gastan la paciencia de mi olvido,
anheladas o preciosas,
pasadas o recelosas,
sin sentido.
Así ando, protegida,
perdiéndome lo importante,
pero salvando mi huida
en mi recelo asfixiante.
Así sigo mi camino.
Insistente. Peregrino.
Mi gusana sigue urdiendo.
Abro mi pregunta al miedo.
Viene desnudo, entrecano,
musitando, desviviendo,
con el alma cavilando,
mirando al grito que vuelca,
toca su ansia en mi cuenca
convirtiéndome en orgullo
encerrada en un capullo.
De pronto, le corto el paso.
Miro su cara y es aire.
Y la bestia se repliega
y al desgaire
se congela y muere al raso.
Viva y sana,
salgo a saludar blanca la aurora
y bailo sobre mi cama,
viva y sola.
Por la calle, sola al alba.
Sola, sola. Sola, sola.
Resbalando por la cresta de una ola.
Voy abierta, mi rostro despejado.
Voy incierta, patinando, a toda prisa,
el ánimo preparado.
Voy abierta, con la risa
agrandada en la vela de mi prisa,
con mi fuerza resguardada,
tan callada, tan creciendo, tan volando,
tan urdiéndome en el cuerpo, tan soñando.
Debe estar conectado para enviar un comentario.